Saturday, October 13, 2012

El gesto filosófico de Gilles Pardo o José Luis Deleuze

Desde que en 2005 recibiera el Premio Nacional de Ensayo por La regla del juego, uno de los libros de filosofía más interesantes de los últimos años, José Luis Pardo ha demostrado de manera constante en sus ensayos y artículos —reunidos en los volúmenes Esto no es música (2007), Nunca fue tan hermosa la basura (2010) y Estética de lo peor (2011)— que tiene una habilidad especial para caminar con solvencia por el alambre de funámbulo en el que se mueve la filosofía (siempre al borde del abismo, dada su condición problemática e incluso aporética), sabiendo conjugar la dimensión didáctica del pensamiento con su vertiente más creativa. Enfrentada conscientemente a una pregunta fundamental (“¿cómo escribir un libro de filosofía hoy?”), la obra de Pardo se puede leer —tanto en la forma como en el contenido— como una consecución milagrosa del “más difícil todavía”:
— Escribe con un cuidado estilo literario sin perder profundidad filosófica. A su vez, mantiene el rigor conceptual sin caer en el tecnicismo académico, que suele quedar “inutilizado para la vida” por el abuso del vocabulario especializado.
— Sostiene un diálogo permanente con los principales pensadores de la historia de la filosofía, tanto antiguos como contemporáneos, pero no para quedarse en ellos sino para pensar con ellos y desde ellos los problemas fundamentales que a todos nos incumben.
— Vuelve la mirada hacia el mundo, hacia la sociedad, y busca el enfoque práctico, pero sin caer en esa divulgación mostrenca que tantas veces degenera en manual de autoayuda. Se dirige a un público general, no especializado, pero le exige el esfuerzo y la concentración que son necesarios para adentrarse en las cuestiones filosóficas.
— Suele tomar la literatura y el arte como punto de partida para la reflexión, pero no se queda en mera crítica literaria o comentario de obras artísticas sino que hace fructificar esa lectura estética en un análisis pertinente sobre nuestro tiempo.
— Muestra un evidente interés por la cultura popular, pero elude las posiciones extremas de apocalípticos e integrados. En este sentido, destaca su constante reivindicación de la música pop y, más en concreto, de los Beatles. Seguramente Pardo es el primer filósofo que ha elevado las figuras de Lennon y McCartney a categoría epistemológica.
— Analiza de manera original problemas y conceptos que entrañan gran dificultad, y suele tener a mano un ejemplo aclaratorio o un símil brillante para desatascar las cuestiones más farragosas.
— Es capaz de reinterpretar a los clásicos, empezando por los inevitables Platón y Aristóteles, con una lectura sugerente, iluminadora, un enfoque novedoso, que nos permite comprenderlos mejor y los dota de nueva vida al contacto con el presente.
Todo esto hace de José Luis Pardo, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, un caso singular en el panorama filosófico español.

Tuesday, October 02, 2012

La satisfacción ferroviaria

"Cojo, como siempre, en la estación de Francia, el tren correo de las primeras horas de la tarde. Esta estación es desordenada e infecta. Hay una larga cola ante la ventanilla. Mucha gente, mucho calor. A veces la brisa del mar, húmeda, nos llena la nariz de la tufarada que exhalan las meadas de los caballos de los coches de punto, de los simones y de los ómnibus que hacen el servicio de la estación. [...]
Finalmente el tren se pone en marcha y como la gente, cosa rara, ha aceptado unánimemente la apertura de las ventanas, pasa un aire agradabilísimo. [...] El viaje es monótono. El tren se para en todas las estaciones. La gente baja y sube. Se oyen los toques de las campanillas. En cada estación el tintineo es diferente. Los pitidos de las máquinas. Mirándolo bien, son una cosa bastante absurda estos pitidos. Ayudan a pasar la tarde. Algo hay que hacer. Leer es muy difícil, el meneo de los vagones hace mover demasiado las letras y se hace difícil entender lo que se lee. Los viajes que hasta ahora he hecho en tren me han hecho comprender que hay una cantidad de gente a la que le gusta, que una vez sentada en los bancos -más bien incómodos- de los vagones les sale a la cara y a todo el cuerpo algo que podríamos llamar la satisfacción ferroviaria".
(Josep Pla, El cuaderno gris)