Sunday, August 14, 2011

La piscina

Es bonito el azul de la piscina. Tiene algo poderoso, contundente.
Los pájaros atravesando el cielo, la respiración entrecortada, el ocre del ocaso en la fachada que se aleja mientras te alejas nadando a espalda, lentamente.
El silencio de Dios bajo el agua, cuando no hay más que una figura cúbica desierta y todos están fuera, remotos, invisibles, con sus afanes, y uno escucha la nada de su cuerpo sin peso, como un cadáver flotante y mudo.
La nada sorda, el silencio azul de una piscina... mística.
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Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan “Anoche bebí demasiado”. Así empieza el famoso relato "El nadador" de John Cheever. Podría ser hoy, podría ser cierto. Cuando a Neddy Merrill, sentado al borde del agua verdosa (una mano sumergida, la otra sosteniendo un vaso de ginebra), se le ocurrió que dirigiéndose hacia el suroeste podía llegar a su casa por el agua. Le parecía ver, con el ojo de un cartógrafo, esa hilera de piscinas, esa corriente casi subterránea que recorría el condado.

2 comments:

Fleischman said...

Las resacas se adhieren a las piscinas como las pelusas al velcro. Un texto evocador. Me bebería una piscina ahora mismo.

Un abrazo.

conde-duque said...

Meter la cabeza en el agua fría es el mejor antídoto contra la resaca.
Un abrazo, Fleisch.