Thursday, May 27, 2010

El final de la historia

Por el pasillo del tren cruza una niña tambaleante.
El hombre del sombrero oscuro se asoma a la ventanilla y ve el paisaje huyendo veloz, difuminándose a impulsos de su propia inercia: postes telefónicos, árboles, puentes, casas…
En la retina de la viajera se acumulan los recuerdos: el mercadillo de telas, las legumbres de colores, los animales muertos. Tantas cosas que no quiso decir en el momento de la verdad.
Tumbado en la litera, sólo noto una mano caliente y venosa que me acaricia el pelo para que me duerma. Soñaré un sueño blanco, muy blanco, como las ristras de bacalaos desalados que cuelgan en las tiendas de Lisboa.

Monday, May 24, 2010

Las noches europeas

Me gustan las noches europeas. En los prolegómenos de los partidos, en las noches europeas, me gusta dar un paseo por el Bernabéu para ver el ambiente, con toda la gente arremolinándose con sus banderas, bocadillos y bufandas a las puertas del estadio. Supongo que lo hago por contagiarme un poco de la emoción; así llego a casa ya “ambientado” y sólo tengo que pulsar el botón del televisor. Claro que, normalmente, en las noches europeas del Bernabéu juega el Real Madrid.
Este fin de semana el barrio se llenó de alemanes vestidos de rojo (con rayas blancas) bebiendo cerveza. Descubrieron la Mahou. Iban todos con su lata en la mano.
Bajamos la Esfinge y yo por Concha Espina inmersos en la corriente humana de los alemanes, con sus grandes corpachones, sus cánticos y su aliento a cerveza. Algunos llevaban los pantalones marrones típicos de Baviera, que no pegaban nada con la camiseta del equipo. Una chica iba con el vestido folclórico de la región, ése que parece entregar los pechos en bandeja, engordándolos, como en los bailes de la corte francesa del XVIII pero sin tanto lujo, más de mantel de mesa de cuadritos con mucha carne. La chica me recordaba un poco a aquella camarera del mesón de Santiago que nos traía a la mesa enormes cadáveres de animales recién troceados, con gran sonido de cuchillos y hachas en la trastienda, como si estuviésemos en una aldea de los Cárpatos.
Algunos grupos cantaban y bailaban entre los coches, junto al trompetista improvisado; otros se limitaban a declamar cosas ininteligibles (también para un alemán). En las terrazas de los bares compartían mesa familias de hunos y hotros, los mayores con cerveza y los niños con Sprite.
Atravesamos por el lateral del Bernabéu y pasamos al otro lado, donde se agrupaban los tifossi del Inter. Estaban muy calmados, pensábamos que estarían armando más bulla. Sólo algunos pocos cantaban oeoeoééé o gritaban algo. Los reventas mostraban sus entradas en alto (600 euros, le oímos decir a uno) y algunos llevaban un cartelito de “Cerco biglietto” o “I need a ticket”. Unas chicas exageradamente voluptuosas vestidas con minifalda repartían tarjetas de un cabaret-puticlub de Azca. Una de ellas, con largas piernas, se trasladaba en patines entre la gente. Desde la distancia veías su cabeza desplazándose.
Pasaron por nuestro lado dos pijos milaneses larguiruchos y engominados, de pantalones rojos y camisita mema, que contrastaban con el resto de la afición. Daban ganas de ponerles la zancadilla.
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Me gustaría escribir un libro con ese título: Las noches europeas. O, mejor aún, me gustaría tener escrito un libro y ponerle ese nombre. Da un poco de pereza tener el marco o el título vacío y tener que rellenarlo después, con tantas y tantas y tantas páginas. Casi mejor al revés.
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El cuerno saliendo por la boca del torero, como una lengua de Satán.
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Termina Lost, esa enorme maquinaria de McGuffins. Y había muchos fans -ilusos y perdidos- que pensaban que se resolverían los enigmas...

Friday, May 14, 2010

El estilo Gordon Lish

Tanto hablar de Carver y resulta que Carver no existe. Tanto Carver pararriba y parabajo, tanto trajín con el modelo literario de Carver, con su figura, su revolución. Tantas tesis doctorales sobre el estilo sobrio y minimalista y frío y seco y neutral de Carver, que todo lo sugiere sin decir nada, ese realismo transparentemente sucio lleno de personajes cotidianos... Y ahora resulta que quien creó el estilo Carver fue Gordon Lish, su editor. La historia es, al parecer, muy antigua, pero yo no la conocía. La leí el otro día en un suplemento cultural o dominical que ya no encuentro, que ya he perdido para siempre. Resulta que ahora salen en Anagrama los relatos originales, con todas las cursiladas y sentimentalismos y exageraciones del autor, que ahora, por comparación, parecerá casi una Drag Queen. Otro botín de viuda asesinando al difunto.
El editor le había corregido los cuentos y le había quitado un 50% del texto (que se dice pronto), haciéndolos inmortales. Hasta les cambiaba el final. Esos finales tan carverianos.
En cualquier caso, a mí siempre me pareció un-poco-demasiado parco, como si el iceberg de Hemingway se hubiese convertido en el piquito helado del Mont Blanc.
Aquí lo contó, hace mucho y mucho mejor, Alessandro Baricco.

Saturday, May 01, 2010

Gran Vía: 100 años (I)

Homenaje a Catalá Roca.



La diferencia es abismal, claro: la que separa el arte fotográfico del churroclic.