Monday, January 12, 2009

El universo según Dopper

[Esquizofrenia: del griego, schizo, "división" o "escisión", y phrenos, "mente"]
Dopper se asoma de madrugada a la ventana. La vecina ha matado a su gato y lo ha colgado del tendedero. El gato tiene las uñas rotas, los ojos desorbitados y la piel estirada: parece un murciélago. Gotea su sangre sobre las bragas de la mujer del Cuarto C. El toc toc de las gotas retumba por el patio y embota el cerebro de Dopper con su mecánica hueca. Dopper tiene el pensamiento recluido en sí mismo, atenazado por un miedo sin medida, los ojos buscando el infinito. Apenas tuerce el gesto. Permanece encerrado en su cuarto todo el día. Habla poco, sólo a veces con su madre, y cuando lo hace se trabuca. Si sale de casa le carcome la angustia: Me persiguen. Me están observando por todas partes. Voy en el autobús y todos me miran. Camino por la calle y la gente se gira a mi paso, me vigila tras el cogote para que no los descubra. Se han puesto todos de acuerdo para perjudicarme. Nada de esto tiene explicación.
Dopper escucha voces extrañas por todas partes: en la nevera, en el balcón, en los armarios, en el somier de su cama. Aparte de FM y Onda Media, debe de haber una tercera banda de frecuencia que sólo captan los esquizofrénicos. Suena a todas horas, es imposible sacársela de encima, jamás se agota su emisión. Las voces hablan de cualquier cosa: del tráfico, de Oriente Medio, del precio de las langostas, de los pliegues de las piernas de Beyoncé. Multitud de canales distintos, relevándose o superponiéndose, interfiriendo unos en otros, suplantando la cadencia de su pensamiento. Dopper se siente solo en el mundo, pues los demás no creen que existan las voces, porque no las oyen. A veces los rumores se prolongan durante todo el día, sin parar, como tertulianos psicópatas, sin dejar ni un instante de descanso, de silencio. El tema preferido por las voces es el de la muerte de Padre. Le dedican un especial de cinco horas cada día. Padre era un hombre bueno, responsable, trabajador. Cuando llegaron los loqueros para llevárselo y encerrarlo nadie se lo creía. Padre, en cambio, cogió una mochila que ya tenía preparada con muda limpia y se metió en la ambulancia sin inmutarse. Durante la consulta preliminar confesó que había violado y asesinado a cinco niñas. Se ahorcó en su celda al día siguiente. Las voces comentan la jugada hasta en sus más nimios y truculentos detalles: cómo cometió las violaciones, dónde enterró los cuerpos, el color de pelo de las niñas, la reacción de sus padres al conocer la noticia, la marca de desodorante que Padre llevaba puesta el día en que se suicidó. Retorciéndose en el suelo, Dopper se tapa los oídos y suplica: Que se callen esas voces. Que se callen, por favor. Si hay suerte, se queda dormido. En sus sueños Dopper ve gatos gigantes esbozando muecas de terror. También discóbolos, carruseles, nubes en soledad, árboles quebrados, sogas deshilachadas, caracoles, salas de incomunicación. Cuando se despierta por la mañana, piensa: No me quiero levantar de la cama. Prefiero quedarme aquí, inmóvil, mirando al techo. Quedarme meses, años, siglos, echar raíces que se agarren al suelo, que se disgregue mi piel entre las sábanas, que acabe todo el dolor de un día para otro, silenciosamente, durante la noche.

Dopper enciende la televisión. La presentadora del Telediario, esa rubia glacial que nunca quiebra el gesto, se empieza a poner cachonda en su asiento. Se desabrocha los primeros botones de la camisa, tira los papeles al suelo, se sube en la mesa enseñando muslo, le guiña el ojo a la cámara y le dice que quiere follar con él, que se la saque de la bragueta y se la ponga en la cara. Que eyacule sin miedo. Obediente, Dopper se corre sobre la pantalla. En internet compagina los vídeos pornográficos con las revistas médicas. Lee antiguos informes de lobotomías: a unos les abrían la cabeza como un melón, separando la tapa frontal del resto del cerebro; a otros les introducían un piolet por el ojo, poco a poco, golpeando con un martillo, hasta alcanzar el cerebro y cortar las conexiones de las partes afectadas con el resto del cerebro. Las consecuencias, tremendas: personas anuladas, emocionalmente deshechas, sin creatividad ni imaginación. En cambio, Dopper conserva aún intactas sus hiperbólicas sensaciones. Tiene telepatía con todo el mundo, o eso se cree él: sabe lo que piensan, que es exactamente lo que él piensa, pues todos le leen el pensamiento. El prospecto de los electrodomésticos y los editoriales de los periódicos digitales le dictan cada día lo que debe hacer. Son mensajes difíciles de descifrar, pero el destinatario evidente es él. Hasta los objetos conspiran en su contra. Se siente abandonado en mitad de la llanura, tiritando de frío, mientras una torre de ropa sucia asciende hacia el cielo. El mundo gira en torno a su cabeza. Cada signo, cada señal, cada huella es una muestra más de la conjura. Se ve muriendo en los espejos, descomponiéndose como el retrato del cuadro de Dorian Gray. Legiones de avispas rondando las orejas. Millones de lavadoras rotando y gimiendo a la vez. Eso es el universo según Dopper.
Cuando apaga la televisión, su sombra —que es la tuya, que es la mía— se refleja en la pantalla. Allí se queda solo, sentado en el sofá, a la intemperie. Las voces, por supuesto, no descansan.

2 comments:

Miguel Baquero said...

Magnífico retrato de una crisis esquizofrénica, como imagino yo que será, porque, por suerte, nunca he sufrido ninguna. Espero que tú tampoco, amigo. El final es espléndido.

conde-duque said...

Gracias, Baquero. Yo tampoco he sufrido ninguna (toquemos madera).
La cosa ha salido bastante truculenta, aunque supongo que la realidad es todavía peor, mucho peor.
Será lo que llaman un final abierto: abierto a que cualquiera podamos ser víctimas de la enfermedad... Esperemos que no.
Un saludo.